83 SEGUNDOS, de César G. Antón (Ed. Minotauro)
¿Qué harías si de verdad pudieras viajar en el tiempo y volver al pasado? ¿Tratarías de recuperar un amor perdido? ¿Usarías tu poder para hacerte rico? ¿Intentarías mejorar el mundo?
He aquí una pregunta que se hicieron con imaginativa brillantez un día H. G. Wells y Philip K. Dick y Isaac Asimov y Paul Anderson, y Stanislav Lem y por ahí todo seguido.
Una pregunta que ahora se hace narrativamente también el periodista Cesar G. Antón (Madrid, 1976) en su novela 83 SEGUNDOS (Ed. Minotauro), para responderla, en su caso, como Steven Spilberg en Regreso al futuro, esto es, con tanta imaginación como nostalgia.
De hecho esta novela llega ahora a las librerías para liberar a toda nuestra generación de la tiranía del tiempo, y, por ende, para atrapar a los nostálgicos del Madrid de nuestra juventud, de nuestros amores y amistades del pasado y de la vida que se nos escurre de forma irremediable.
En estas páginas repletas de atmosfera se cuenta la historia de Víctor Piñol, un apocado periodista de informativos de 35 años futbolero, adicto a la literatura de ciencia ficción sobre viajes en el tiempo, y, sí, marcado por un trauma de su etapa tardoadolescente (¡ya no hay exnovias como las de antes!…). Y sobre todo se cuenta la historia de como Víctor sortea lo imposible así, sin pretenderlo pero mereciéndolo, en el Bernabeu durante un partido Real Madrid-Barça, para volver de inopinada forma a ese momento, y para tratar de encajar esa pieza del puzle de su vida (para hacerlo le pasa de todo (amor, amistad, bohemia, heroísmo casual, futbol, quinquis, yonkis, todo…), y todo está contado con ritmo de novela de aventuras dentro de una novela de ciencia ficción con algo de revisión psicoanalítica freudiana).
La imaginación de César G. Antón es a la vez fértil y verosímil, y su sentido del ritmo es notable, y domina el segundo grado de ficción propio de las novelas que juegan de modo fantástico con la irreversible linealidad del tiempo, ya sean ucronías, o, como en este caso, historias adscribibles al realismo visionario de SC blanda.
Hay quien diría que se echa de menos una prosa más elaborada, o, por decirlo con maldad, menos periodística, pero nosotros nos quedamos con lo bien que se lo pasa uno leyendo esta novela que acaba haciéndonos derramar a los lectores una lágrima por la revolución que no pudo ser. Un debut cojonudo en el mundo de la novela que los friquis agradecemos de verdad. Viva la imaginación.
Luis Artigue
El Taquigrafo
Sección Punto de libro