JULIO CAMBA, UNA LECCIÓN DE PERIODISMO, de Francisco Fuster (Ed. Fundación Lara)
Eso que Tom Wolfe bautizó como “nuevo periodismo” es una exitosa corriente periodística desarrollada en los años 1960 en los Estados Unidos en el contexto de los cambios sociales y culturales que se vivieron en esa época, y se caracterizaba por una redacción libre y muy literaria que priorizaba las emociones y las imágenes y las sensaciones a la información estricta.
Pero a menudo cuando se habla de nuevo periodismo se olvida que eso era algo que ya se estaba haciendo en España con mucho talento y mucho antes de Tom Wolfe.
A tal efecto un ejemplo excelso es el gallego Julio Camba (1884-1962), un escritor de literatura en periódicos caracterizado por su prosa concisa y elegante, su lucidez y su sentido del humor: lo que, a nivel europeo, representan autores como Stefan Zweig o Joseph Roth, entre nosotros lo encarnan escritores que nos dejaron lo mejor de su obra no en forma de libro, sino esparcida en las hojas de los periódicos: así Josep Pla o Manuel Chaves Nogales y, especialmente, el gran Julio Camba.
Julio Camba periodista señero y muy influyente de la llamada Edad de Plata (1930-1936), tipo izquierdosamente radical y de acción al principio pero que fue evolucionando hacia un modus vivendi más contemplativo y hacia una idea aristocratizante de la vida, era un tipo reservado que preservaba mucho el yo. Y por eso no es fácil llevar a cabo su biografía. Únicamente su nouvelle titulada El destierro (1907) da cuenta grosso modo de su adolescencia, su huida a Argentina de polizón con diecisiete años, sus primeros escritos anarquistas en Buenos Aires, su deportación a España en diciembre de 1902 acusado de actividades subversivas y su inicio en el mundo libertario español (primero en algunas publicaciones gallegas y posteriormente en Madrid).
Francisco Fuster, el autor de esta muy meritoria biografía titulada JULIO CAMBA. UNA LECCIÓN DE PERIODISMO (Ed. Fundación Lara, Premio Antonio Domínguez Ortiz de biografías), ha sorteado el obstáculo que supone no contar con el testimonio del propio Camba rastreando cuanto hay de autobiográfico en sus artículos, y acudiendo a entrevistas y escritos de amigos y conocidos que trataron a Camba (Pedro Sanz Rodríguez, Azorín, Josep Pla, César González-Ruano, Antonio Díaz-Cañabate) y que aportan información valiosa sobre su personalidad, sus rutinas y manías, las ambiciones y las frustraciones.
Así nos dibuja con intensidad, buena documentación y prosa cristalina y muy eficaz la vida de este hombre de extrema izquierda en su juventud (“qué bella esa etapa en la que aún teníamos la valentía y la generosidad de comprometernos”) pero que fue evolucionando hacia la buena vida propia. Un hombre brillante, leído, viajado y de prosa suelta e ingeniosa que permaneció soltero y totalmente entregado a su oficio de articulista, cronista, glosador de la actualidad, escritor de semblanzas y corresponsal en el extranjero (envió crónicas desde Estambul, Buenos Aires, Berlín, Múnich, París, Londres, Nueva York y por ahí todo seguido).
Pero el autor, uno de los grandes conocedores de la figura y la obra de Julio Camba y el que mejor ha sabido darle marchamo académico y enjundia, no solo en este libro rescata y glosa la vida de JC (al cual nos presenta como una evolución del articulista bohemio al corresponsal en el extranjero buen comedor y buen bebedor que sabe que el lector de periódicos no quiere genios sino enterarse de lo que pasa en el mundo), sino también hace un pormenorizado recuento de las cabeceras periodísticas por las que pasó. Y de ese modo hace también un fresco sugestivo del periodismo de su época (Diario de Pontevedra, El Porvenir Obrero, el Semanario Rebelde, Tierra y Libertad, La Revista Blanca, Correspondencia de España, El Mundo, La España Nueva, El País, El Sol, ABC), y, por ende, traza un fresco de toda su época.
Todo hasta que Julio Camba, en 1949, por motivos de salud deja de viajar por el mundo como corresponsal y fija su residencia en Madrid (en la habitación 383 el Hotel Palace, concretamente) donde escribía en la cama como Marcel Proust y donde al final murió de una embolia el 28 de febrero de 1962.
Esto es un relato fluido pero erudito (de hecho el libro se complementa con un apéndice con la bibliografía citada, el índice onomástico y dieciséis páginas de fotografías) que contiene la historia de un periodista pionero y maestro de periodistas que ha influido de forma determinante en el actual periodismo literario español como muy pocos. Y es por eso también un homenaje a un oficio. Una obra necesaria. Una delicia.
Luis Artigue
El Taquígrafo
Sección Punto de libro