LA LEY DEL PADRE de Carlos Augusto Casas (Ediciones B)

No la trama sino sobre todo los personajes, que diría Skakespeare. No el mundo entero sino una familia que resuma el mundo, que diría Tolstói

Como certificando lo que dice Tolstói en su Ana Karenina, que todas las familias felices se parecen unas a otras pero cada familia infeliz lo es a su manera, la última novela de uno de los grandes autores del hard-boiled español, Carlos Augusto Casas, mezcla la novela negra hard-boiled y la saga familiar al glosar el intrafamiliar intento de magnicidio social de Arturo Gómez-Arjona, un poderoso y acaudalado y despiadado y hábil traficante de información a la vez que dueño de un emporio de la comunicación (Grupo 9Media), cuya mujer ya fue asesinada en un crimen que está sin resolver. 

Arturo  Gómez Bárcena, patriarca de una familia envidiada, envidiosa y disfuncional, vive en el madrileño Barrio de Salamanca flanqueado por cuatro hijos arquetípicos (uno, Alonso, es un reduplicado suyo en versión discapacitada, otro, Bobby, es gay, otra, Mencía, una influencer con complejo de Audrey Hepburrn, y otra, Sonia, una chica prodigio que ha estudiado en USA, posee dotes detectivescas y está obsesionada con saber quién mató a su madre), en un clasista nido de dinero y de ambición de la alta sociedad. Y el día de su cumpleaños a don Arturo han intentado envenenarlo en su propia casa, estando presentes solo sus hijos y el servicio. ¿Quién es tan ambicioso y despiadado como para querer matar a su propio padre? 

Este planteamiento, en lo que tiene de homenaje a Agatha Christie, ya ha sido bien explorado por otro de los mejores escritores de novela negra actual, Javier Sagastiberri, en Muerte en el Carlton, pero Carlos Augusto Casas acierta al no desarrollar la trama del lado del enigma, como Sagastiberri, sino, como un Truman Capote en versión cañí, del lado de la sociología y la psicología perversa tan misteriosa y fascinante como propia de las novelas negras.

He aquí pues una novela de asesinatos múltiples y sofisticados de alta sociedad; una con intriga, perversidad, despecho y buen ritmo (construido éste a base de capítulos cortos, puntos de giro argumental, dosificación de información, habilidad metafórica en la prosa y pinceladas de humor negro) sobre el dinero y el poder (y las deslealtades y mezquindades que engendran); también es un poco una novela sobre el periodismo televisivo y los juguetes rotos que éste crea (véase el fascinante personaje de Josan, un presentador de televisión caído en desgracia siniestro, suicida y sorprendente); y principalmente una sobre la sensación de impunidad que a menudo el dinero y el poder confieren cuando se ha comprobado una y mil veces que todo se puede comprar.

Eso: esto es una novela negra, descreída, corrosiva, desalentadoramente poco ética, muy bien construida y que funciona como un reloj como best-seller.

Entre sus alicientes mejores está el de que nos adentra (con sus lugares, sus personajes, sus lujos, sus anhelos, sus grandezas y sus miserias, sus conversaciones que rezuman clasismo, racismo, sarcasmo y orgasmo, su lujo, sus marcas de alto standing y sus casas con decorador de interiores y asistentas racialmente selectas) en ese mundo de altos vuelos para descubrirnos así que, en realidad, ese mundo también está maldito y también es noir, pero con la peculiaridad de que no es un mundo repleto de delincuentes, sino uno en el que abundan los delincuentes de guante blanco que creen que las leyes no están escritas para ellos.

Se lo pasa uno muy bien leyendo esto, rediosla.



Luis Artigue

El taquígrafo  


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