MURCIÉLAGOS BLANCOS, de Oscar Montoya (AdN Editorial)
Una novela literaria que te hace sentir pequeño y enorme a la vez; que a un tiempo te sitúa a cobijo de la amistad eterna, y a la intemperie de la puta vida. Un country noir rural como los de Cormac McCarthy o los de Daniel Woodrell. Una novela de iniciación como las de J D Salinger. Una novela negra honesta, directa, indagadora, reveladora y repleta de humor, aspereza, crudeza y finura moral. Una novela negra distinta por su alto grado autoficional sin que se note. Una maravilla…
Los personajes (Lucas, Gloria y María Celeste) son tres adolescentes: un muchacho de masculinidad saturada por poco hecha, por eternamente haciéndose, y dos amigas de feminidad poliédrica (una más lista que él y otra más sexy que nadie; una lesbiana y otra inalcanzable).
El espacio novelesco es Cuevas del Río, un pueblo granadino en el que ellos viven en viviendas que son bodegas subterráneas escavadas en las lomas, las cuales, en la novela, funcionan a nivel político como una separación de clase entre los habitantes de arriba y los del subsuelo, y funciona a nivel simbólico como la caverna de Platón.
El tiempo es 1987 cuando esos tres muchachos tienen una curiosa costumbre: cada vez que coinciden en la Cueva de los Fiambres, se acuestan juntos en la misma cama, sueñan con ser escritores y se cuentan historias de miedo
La trama negro-criminal va sobre una expropiación oficial de terrenos que echó de su lugar en el mundo, que diría Adolfo Aristarain, a sus moradores. Y va obre todo lo que eso origina cuando la familia más peligrosa del lugar reaparece. Y las heridas provocadas por las tierras expropiadas se reabren. Y las rencillas y la desconfianza aflorarán de nuevo. Y nadie se molesta en escuchar a los chavales porque no cuentan sino solo saben contar, y por eso saben.
Sin embargo la novela narra en doble grado de ficción, y con prosa de gran calidad poética en su primera parte y prosa más directa después, la vida subterránea de estos adolescentes fabuladores que sueñan con ser escritores como quienes sueñan con ser astronautas, por un lado, y por otro narra el mundo cruento, violento injusto e irreparable de los adultos de los bajos fondos, y de aquellos que los tienen sojuzgados.
La trama negro-criminal aquí se glosa pero no se cierra, porque, como en las novelas crook storie o como en la vida misma, nada se resuelve al final para dejarnos la conciencia a gusto.
Pero lo que prima en esta ambiciosa novela es la preciosa historia de crecimiento y de amistad adolescente, casi de amor, juntos contra la vida a pesar de la gran vulnerabilidad, juntos agarrados a la capacidad de narrar y a lo que esta capacidad tiene de consuelo y de redención para los de abajo; los que en la sociedad no cuentan, pero saben contar.
El talento de este escritor es el de quien cuando habla de sí mismo no se engaña, como nos ha demostrado ya en todas sus novelas y nos vuelve a corroborar en ésta mediante el personaje de Lucas (trasunto del autor, un muchacho algo pringao que “está en esa edad en la que se odia todo lo que se debería amar y se ama todo lo que se debería amar”, el cual crece a rebufo de sus amigas y de lo que ellas le superan en madurez). Y así lo narra este escritor del yo disimulado sin sobreactuar ni maquillarlo o negarlo… Refrescante y necesaria honestidad.
Pero destaca en esta novela el procedimiento narrativo virtuoso de contar con humor, ternura y crudeza una historia profunda, de gran riqueza simbólica y gran carga de perspicacia sobre lo que viene siendo la vida. Y contarla asimismo con bella adecuación del lenguaje a la historia (de hecho la novela empieza siendo poética al glosar la infancia y primera adolescencia pero luego los personajes crecen y se acaba la poesía y empieza el noir), pero hacerlo en segundo grado de ficción, dejando en primer plano la trama criminal de novela negra rural que es con lo que se quedará, y hará bien, el lector que lea para entretenerse y divertirse y ya está.
Leer a Oscar Montoya, el escritor más narrativamente honesto de nuestra generación, nos rescata de la cueva de la vida al recordarnos que los relatos salvan, redimen y dan consuelo.
Cada vez que Oscar Montoya escribe una novela sobre él, en realidad la escribe sobre mí y sobre ti.