CIUDAD LÁSER, de Mariantuá Correa (Ed. Almadía)

 
 

¿Cuáles son las circunstancias necesarias para que una persona integrada en lo que se entiende por la normalidad se convierta de pronto en un villano de novela negra?

Una mujer (Soledad) que huye de una isla caribeña con treinta años  recala en la gran ciudad para encontrarse en la normalidad de una pensión y de un trabajo en un centro de estética, y para perderse entre fiestas, y amoríos, y drogas, y vida.

La ciudad, una ciudad en el que el caos y el peligro se respiran, está repleta de luces, de estímulos, de pensiones que cobijan a personajes abyectos, de callejas para el contrabando y la prostitución (valga la redundancia) y de lugares oscuros para actos oscuros.

Y el centro de estética y depilación láser se convierte en esta trama una metáfora política en el cual las clases sociales se difuminan, y las identidades e intimidades se vuelven líquidas. Una cámara psicológica es el centro de estética. Y un laboratorio para el deseo de ser deseado.

Un día en el que esa muchacha (una muchacha que, a causa de los juegos, las demandas y las imposiciones sexuales y vitales de su dominante novio Raúl ella ya estaba en vida como desapareciendo) al salir del trabajo desaparece, no regresa a la pensión en la que vive, no se sabe de ella nada.

¡Es la desaparición como fenómeno político y como fenómeno psicológico además de policial!

Una madura y traumada y pertinaz investigadora de la fiscalía colombiana (Gisell Horn) que, porque viene también de padres desaparecidos y eso la lleva a una gran identificación con la víctima, asume el caso entre psicológico y noir de esta novela que Carlos Zanon ha definido como una mixtura entre la novela policial y la novela existencial. Y ella es quien en buena media cuenta en primera persona la historia.

Y todo un ramillete de personajes sin ética que hablan maravillosamente (gran talento de esta autora para los diálogos) para glosar el chungo devenir por la Ciudad Láser de esta mujer que parecía ser un personaje de Clarice Lispector, pero que de pronto se ve reconvertida como poco en un personaje zurumbático del Ulises de James Joyce.

La narración de la desaparición de Soledad está narrada de forma vertiginosa y apoteósica por medio de una prosa eficaz, rítmica, plástica y fílmica.

El personaje de Gisele, una suerte de llamado al orden que compensa el caos existencial que hay en esta novela, es una detective hastiada pero epítome de la novela-enigma con ansiedad por recabar pruebas, encajar piezas y resolver misterios tal que si la justicia fuera un juego de ingenio y pretendiera el desahogo social.

Y la novela en sí, aunque no exenta de violencia, muerte, robos y sangre, en la línea de Onetti, Bolaño y Lispector aborda temas poco tratados en la novela negra actual como el de la desaparición forzada, el de la violación de la identidad y el de las relaciones codependientes.

Esto es mucho más que una novela negra sobre una mujer caótica que ha desaparecido y una mujer neurótica que la busca; es una novela existencial en la que, como en la propia vida, todo acaba como empieza. No se la pierdan.

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