LA VIDA QUE ERA MÍA, de Esther Peñalba Aller (Ed. Eolas)

 
 

No es una novelista feminista ni una novelista femenina…

Histórica y actual a la vez, la narrativa de Esther Peñalba Aller (una periodista inserta en esa tradición que viene de Mariano José Larra y es tan nuestra desde Antonio González de Lama, Lamamparilla, Crémer, Los Trapiello, Fulgencio Fernández y demás que nos han venido enseñado que la literatura y el periodismo son dos caras de la misma moneda) es femeninamente transversal, intimistamente universal, directa y profunda a un tiempo y está escrita para ser fácil de entender y difícil de olvidar.

Miren si no su primera novela El amuleto de Luna, novela histórica de época con un toque de novela romántica de iniciación (es una novela que denota buena mano literaria, destreza documental y sentido del ritmo) que está protagonizada por Selene, una joven númida hija de un importante criador de caballos.

La peripecia argumental transcurre en plena República Romana, en la época de los cónsules y durante la conquista de los territorios germánicos. Selene vive ahí una historia de superación, descubrimiento, pérdida y amores imposibles: la niña Selene que soñaba con convertirse en una valiente amazona verá trastocada su vida de forma repentina, y, gracias a sus amados caballos, su destino discurrirá por un camino que jamás había imaginado.

Pero la autora (la novela está contada en primera persona por Selena en un proceso simbiótico de identificación autora/personaje casi psicoanalítico que va embriagando al lector) al tiempo que nos sumerge con prosa ágil no exenta de sutileza psicológica y un buen oído para los diálogos en la vida y el alma de Selene, nos hace ver y transitar y vivir mediante la plasticidad de su prosa, los paisajes del reino africano de Numidia, y descubrir la idiosincrasia de la Roma del año 107 a.C. en la provincia de Bética en Hispania.

Cartago, con todo lo que fue, ha sido prácticamente eliminada del mapa por Publio Cornelio Escipión, y aquí se narran los hechos y consecuencias sociales en la vida de los patricios y libertos y de las esclavas, y la corrupción de los funcionarios romanos. Pero la muy bien documentada historia y la no menos exacta ambientación no son los únicos alicientes para acercarse a esta novela nada fácil de escribir: uno leyéndola aprende mucho sobre la vida en ese tiempo, sobre las batallas, sobre como se matrimoniaban los patricios con sus esclavas, sobre como se vendían los esclavos para la oligarquía senatorial de Roma, sobre como hablaban los patricios y como hablaban los plebeyos, sobre como la grandeza laboral se cimenta sobre la miseria laboral de sus esclavos, sobre la vida en las antiguas Roma, Cartago Numancia, Córdoba, Mérida, y sobre la extinta Belleza de Numidia… Y sobre todo en esta novela de gran ambición se

conoce a Selene: una mujer impresionante, distinta, atlética, muy en contacto con la tierra y con los animales (especialmente los caballos), con una visión del mundo muy peculiar y dotada de una fuerza interior que ni ella misma sabe que tiene y que va descubriendo con nosotros mientras leemos.

Lo mejor de esta novela, para quien lee las novelas tratando de identificarse, es el personaje de Selene. Lo mejor de esta novela, para el lector de novelas de época, es la minuciosa ambientación, el rigor histórico y la ambientación muy en la línea de un grande de la escuela leonesa de novela histórica como lo fue Jesús Torbado (léase Yo, Pablo de Tarso y El Peregrino) y como lo es Margarita Torre (léase La cátedra de la calavera, La profecía de Jerusalem y Enrique de Castilla). Lo mejor para mí de esta novela es el lenguaje brillante, y repleto de riqueza léxica e inventiva verbal (hay aquí gran trabajo lingüístico hasta en los nombres de los caballos).

Pero últimamente se he destacado también, en un cambio de registro que en el fondo no es tal (la documentación prolija ha sido sustituida por la delicadeza introspectiva y la finura emocional pero la intencionalidad narrativa es la misma: construir un alegato sobre la capacidad del espíritu humano para sobreponerse), con una nueva novela de largo aliento titulada La vida que era mía que para nosotros, sus lectores, es un poco la historia de Selene en la actualidad, pues es también la historia de superación de una mujer interesante en medio de un imperio que no sabe que se desmorona. Pero en esta ocasión se trata de una historia actual (la de María) narrada en dos tiempos y con dos grados de ficción que habla sobre el peso y el poso de la época, de la familia, de los recuerdos reales o maquillados y de las creencias y resortes ficcionales que potencian y/o minan la autoestima propia (en especial la de las mujeres).

Con todo, y aunque por lo que les cuento parezca una novela psicológica, eso no es lo mejor de esta novela sino que destaca aún más por su gran capacidad de impacto emocional. De hecho una lectura interesante desde el punto de vista antropológico más universalista es rastrear qué tienen en común Selene y María… Y una lectura más interesante aún desde el punto de vista psicológico es la de bucear en qué tienen en común Selene, María y la autora.

Técnicamente esta novela está narrada en una primera persona que recuerda el magisterio de Soledad Puértuolas, como también lo recuerda las conversaciones con el psicólogo. Pero asimismo hay algo decimonónico en esta novela (hay momentos que María tiene algo de La Regenta de Leopoldo Alas Clarín). Pero sobre todo he aquí una historia sobre los paralelismos fantásticos que hay en la vida normal como en su día las hacía en la misma línea el escritor de la escuela leonesa Raúl Guerra Garrido (léase por ejemplo Quien sueña novela).

No, no es una novelista feminista ni una novelista femenina: es mucho más que eso.

Luis Artigue

ImagoSM