YO Y YO EN BREVE, de José María Merino

 
 

José María Merino nos enseña los textículos… Nos referimos a que es un género literario imperecedero e inmarchitable éste que algunos llaman microrrelato, otros minificción, otros nanocuento y que los más atrevidos denominan textículo (en verdad Merino se inició en esta narrativa de formato mínimo, casi cuántico por decirlo con palabras de Juan Pedro Aparicio, con un libro genial titulado Días imaginarios, y luego siguió escribiendo narrativa brevísima en Cuentos del libro de la noche y otros libros, la cual compiló casi toda en su antología imprescindible La glorieta de los fugitivos)…

Y en efecto ahora el maestro José María Merino vuelve a enseñarnos los testículos, esto es, acaba de publicar otra preciosa antología de microrrelatos inéditos y engarzados titulada Yo y yo en breve (Ed. Alfaguara).

Suena a tópico pero los tópicos son verdad: este libro es una caja de sorpresas. Y es que en estas páginas encontramos un taller imaginario poblado por aspirantes a escritores imaginarios que leen, en reuniones imaginarias, textos imaginarios que compila, organiza y, finalmente, comenta un profesor (el profesor Eduardo Souto trasunto del autor) cuya voz imaginaria, en su llaneza y cercanía, parece salirse de la página y cuestionar el estatus ontológico de todo el proyecto… ¡Este es el marco elegido por José María Merino para traernos una colección de más de sesenta relatos breves (un arte en el que, dentro de la narrativa española, ha llegado a ser un maestro consumado).

Se trata de textos en los que, siempre en un par de páginas, se aborda el misterio de la identidad personal y los temas que, bajo la óptica del relato fantástico, lo circundan: las trampas de la memoria, la frontera entre ficción y realidad, la amenaza seductora de la inteligencia artificial.

En estas páginas hay hombres y mujeres que recuerdan con nostalgia su infancia, hasta caer en la cuenta de que siguen atrapados en ella; un hombre que lo pierde todo en busca de una isla misteriosa que, como parece evidente para el resto, solo está en su imaginación; otro que le pide a Chat GPT que escriba la tercera parte del Quijote, y el resultado no está nada mal; otro que se enamora de una nube, y consuma, y por ahí todo seguido...

He aquí un libro que nos recuerda y nos demuestra que la imaginación, en efecto, sigue siendo el instrumento que tiene el ser humano para mejorarlo todo.

De hecho al leer con detenimiento este libro y ponerlo en correlación con el resto de la obra del autor uno tiende a pensar que ha sido muy estudiada su narrativa fantástica de desde un punto de vista formal (destaca desde este prisma la sutileza de su prosa, su obsesión por temas recurrentes como los sueños y el tema del doble y su regusto por la intertextualidad), y no poco también desde el punto de vista conceptual (la presencia del origen en su obra, de la oralidad, de la fabulación popular y de los mitos) pero lo ha sido menos desde un punto de vista epistemológico.

¿Desde el punto de vista de la teoría del conocimiento que tipo de fantástico propone Merino?

Pues en este libro de cuentos fantásticos titulado Yo y yo en breve todo es imposible, surrealista, disruptivo y sincopado desde el punto de vista de la lógica de lo real, aparece sin embargo el mundo actual reconocible, y aparece el autor con su forma de ser, de pensar y de habitar el mundo, y hasta su familia (Maricarmen, su hija menor Ana, etcétera): todo para decir sin decirlo que en su concepción del fantástico la realidad es una apariencia, una convención, una incompletud, y la ficción existe para que la realidad pueda ser conocida más allá de su lado epidérmico integrando al percibirla e interpretarla el misterio, lo imaginado, lo soñado, y lo visto con un entrenado sentido del paisaje y del mito, lo recordado sin temer a la exageración, la fabulación y la recreación...

Por eso el fantástico en los cuentos de José María Merino es una iluminación contagiosa que ayuda a ver la vida y el mundo en una dimensión más fundamental, y eso se ve muy bien en este libro.

Vocación y amor por el oficio de narrador

De hecho se trata de un volumen que nos enseña sin decirlo que no deja de ser un acto de vocación y hasta de amor por el oficio que ha elegido el que un narrador escriba y publique periódicamente libros de cuentos. Y es que estamos ante un género que, como la poesía, no es seguido por la masa compradora de libros sino sólo por adeptos amantes de los libros que saben distinguir y paladear y deslumbrarse con la intensidad, la contención y la brillante insurrección. Por eso el lector de cuentos es alguien especial dentro del resto de lectores: es aquel que tiene imaginación, el que no se conforma con lo posible y lo normal, y no le gusta que se lo den todo hecho. De hecho el lector de cuentos es tan creador como el escritor de cuentos. Pero vivimos en unos tiempos en los que la cuenta se ha divorciado del cuento y ésta se siente superior. Tiempos acomodaticios en los que preferimos lo exacto y lo fácil; las historias largas y lineales y esos libros de autoayuda que parecen manuales de instrucciones para la vida cuadriculada, sí. Pero los cuentos brillantes como los de Yo y yo en breve nos enseñan vertiginosamente que la vida que merece la pena vivirse es intensa e incalculable, y sorprendente, y rara, y fascinante.

Por eso el lector de cuentos es aquel que no se conforma con que los ingenieros del mundo, con sus reglas que valen para todo y para todos, le cuenten por completo sus historias sin dejarle hacer nada. El lector de cuentos es activo y minucioso. El lector de cuentos no se conforma, ni se resigna a la inmovilidad y aparente unilateralidad de la página impresa. De hecho el lector de cuentos se ha inventado la existencia del escritor de cuentos (en este libro esto queda bien claro), y por eso el escritor de cuentos, al envejecer, escribe cuentos cada vez más cortos para poder escribir más pues mientras los escribe “se siente agarrado a la cola de la vida”, por decirlo con palabras de Juan Carlos Onetti.

Los textículos de José María Merino tratan de decirnos que el tamaño sí que importa.

¡Qué grande es José María Merino!

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