EL ROSTRO OCULTO, de Enrique Álvarez

 
 

¿Se deben escribir igual las novelas tras la crisis espiritual de Tolstoi? ¿Se deben obviar, en la novelería actual, los conflictos entre las mareas de la carne y las aspiraciones del espíritu trascendente tras la obra de Julien Green? ¿Se pueden criticar de verdad en las novelas las sociedades burguesas grismente aburguesadas sin intrincados laberintos morales que tengan en cuenta la violencia, la redención y la muerte, tras todo lo que nos enseñó la obra narrativa de Flannery O’connor? ¿Puede emular en grado firme la penetración psicológica de Dostoievski un novelista que no incorpore para bien y para mal el Factor Dios? ¿Se pueden abordar las novelas de largo aliento y gran ambición estructural sin haber aprendido del perspectivismo de William Faulkner? ¿Tiene sentido ser hoy un novelista católico?

Se reedita ahora reactualizada, mejorada e inmejorable la novela El rostro oculto (la cual el escritor católico y metódico en su vocación de raro buscador de esencias Enrique Álvarez publicó en los años 90). ¡Y resulta que es una obra insigne que sucede en el viejo León del tardofranquismo con su grisura política, con sus esencias, con sus pequeñas grandes cosas y con un dogmático respeto hacia las instituciones!

He aquí la historia de unos Hermanos Karamazov de provincias (unos hermanos que parecen pertenecer a la tumultuosa familia de Ana Karenina, pero en versión pequeñoburguesa de la ciudad de León, esto es, en forma de una familia numerosa, ilustrada y conservadora con bufete propio, y cuyos integrantes oscilan entre el ascetismo y el fracaso a causa de la ambición, la beatería, la crisis de valores y los excesos de una madre castradora)… Todo en la España del fin del franquismo y el comienzo de la democracia, y en la vieja Europa que caminaba, con paso ansioso de renovación, hacia el Concilio Vaticano II y hacia el Mayo del 68.

Y he aquí con especial acento la historia del hijo primogénito, Adolfo, un muchacho de gran belleza, carisma e inteligencia, pero también de gran narcisismo y con un Complejo de Edipo tan evidente como castrador, en el cual están depositados por desgracia los inconfesables sueños heráldicos de la familia (se trata éste de un personaje logradísimo que compendia en sí la pugna entre los viejos y los nuevos tiempos, entre lo espiritual y lo material, entre lo exterior y lo interior, entre las dos Españas y entre la nueva y la vieja iglesia).

Prosa cristalina de gran rigor rítmico

Escrita con prosa cristalina de gran rigor rítmico y conceptual y con ambición estructural de melómano (de hecho se trata de una novela poseedora del regusto, peso y poso de las novelas clásicas y las sinfonías musicales), la obra parece que cuenta la historia de la familia Casas Larralde (una familia acomodada y de vida señorial de una ciudad provinciana como lo era el León de los años 60 y7 70), y en concreto la historia de Adolfo, ese joven primogénito de gran talento que anhela triunfar al estilo romántico, pero que interiormente se debate entre la fe con gran sed de absoluto por un lado y la homosexualidad por el otro (he aquí el conflicto familiar, cultural e ideológico, por decirlo con palabras del prólogo de Juan Pedro Aparicio a esta edición)… Pero en segundo grado de ficción es una crónica lúcida e inmarchitable del tardofranquismo como escuela social de la oscilación entre la pérdida de las viejas esencias y de las viejas hipocresías a favor de hipocresías nuevas e improvisaciones que parezcan eternas, y es también una crónica de la pugna entre el tradicionalismo y el modernismo que operó en el ámbito católico en la España durante los años de Juan XXIII y el fin de la dictadura.

La novela explora con profundidad psicológica temas como el tradicionalismo contra la posmodernidad, como la fe frente a la beateria, como el delirio creativo que en su ambición conlleva el fracaso, como el poder de una madre dominante y preservativa, como la lucha interior entre lo armónico y lo reprimido, y como el de la religiosidad materna como raíz.

Y tal exploración se realiza en estas páginas mediante personajes memorables como la madre doña Ana Larralde, como esos dos hermanos mellizos homenaje a los Kamarazov (el músico tan místico como sublime y el tradicionalista terrenal) y como toda una galería de personajes secundarios con tramas paralelas confluyentes y diálogos repletos de virtuosa naturalidad que no dispersan el mundo aquí narrativamente creado ni atemperan su fuerza, sino que la intensifican.

No en vano, en el catálogo de novelas escritas tomando como espacio narrativo la ciudad de León (el mejor estudio al respecto es La ciudad inventada, obra del Catedrático de Teoría de la Literatura de la ULE José Enrique Martínez) esta novela ha de figurar con letras de oro.

En vademécum de entender España y de entender la vida y los que tratamos de vivirla sin que nos la vivan otros, también ha de figurar.

De hecho la preciosa lectura pública que, desde que se publicó por primera vez El rostro oculto, de esta novela han hecho entre otros Luis Mateo Díez, Juan Pedro Aparicio y Juan Manuel de Prada, a nuestro entender, justifica la heterodoxa vocación literaria de Enrique Álvarez, y corrobora que tiene sentido y da sentido ser un novelista católico hoy.

Luis Mateo Díez leyó en su día El rostro oculto como una novela naturalista, y Juan Manuel de Prada la ha leído como una novela católica desencantada, y Juan Pedro Aparicio la lee ahora a su vez como configuración narrativa de un mundo de otra época…

Nosotros celebramos con entusiasmo la pertinencia de esta reedición, y aportamos una nueva lectura como novela admonitoria de todo lo turbio y gris que fue y que vuelve en nuestro tiempo precisamente a causa del abandono del humanismo cristiano, y a causa de lo poco que se leen las grandes novelas de época como lo es ésta.

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